miércoles, 9 de julio de 2008

El límite

Kabul River Bridge (TKnoxB)


EL LÍMITE

En la choza el silencio y el calor entraban pegajosos a través de los mosquiteros. El coronel Campbell se secaba el sudor con un pañuelo de lino blanco sentado frente al escritorio mientras sus botas dormían sobre la hamaca.

El teniente Crowley jugaba con los botones dorados de su casaca roja y se atusaba el bigote entre el dedo pulgar y el corazón de su mano derecha. No se oía ni un solo ruido, excepto el zumbido incansable de los mosquitos y el crujir de la madera humedecida.

La mirada de Campbell recorría una y otra vez el mapa político del Imperio (casi un mapamundi) que ocupaba toda la pared de aquella choza que hacía las veces de cuartel general.

«¿Qué mira, mi coronel?» inquirió Crowley, con la única respuesta de un par de palabras masculladas e ininteligibles de su superior.

«¿Nuestra posición, señor?» prosiguió el teniente en su vano intento por entablar conversación.

«Tráigame un té bien caliente y calle ya, hombre. No haga peor esta situación insoportable» pidió malencaradamente el coronel.

El repiqueteo de las insignias metálicas en la pechera del teniente se alejó a toda prisa confundido con los enérgicos pasos sobre la tarima de madera y el chillido grave del cuero retorcido.

«¡Dese prisa, que con este calor el agua hierve antes de encender el fuego!» conminó Campbell a su solícito y sufrido subordinado.

A los pocos minutos, el teniente Crowley regresó con la humeante taza de té y unos goterones de sudor por su frente y recorriendo su bigote, pruebas inequívocas de que la exageración del coronel quizás no lo fuera tanto.

«Traiga, hombre, que el té inglés se debe tomar caliente» ordenó secamente el coronel. El teniente se encogió casi imperceptiblemente de hombros y posó la taza de loza blanca sobre la mesa.

Con un gesto rápido y firme como un saludo militar, Campbell tomó la taza con la mano derecha y sus labios fruncidos se fruncieron aún más para recibir la taza y la infusión. Masculló algo, dejó caer la taza al suelo, y con la otra mano de un golpe envió el tintero que había sobre la mesa contra el mapa que ocupaba toda la pared.

«¿Es que en esta maldita tierra nada es como Dios manda?» se quejó iracundo el coronel. «Calor, los malditos mosquitos, no se puede tomar ni siquiera un té sin abrasarse la lengua, y ese condenado enemigo invisible que nos aguijonea y desaparece del mapa…»

«Ahora ya tenemos enemigo, coronel» musitó el teniente Crowley contemplando la lluvia de puntos azules sobre la península dibujada.

«Hasta en casa» repuso el coronel mientras señalaba con el dedo la silueta de la metrópoli en el mapa manchado de la pared.

[de Tradicciones (inédito)]


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