viernes, 22 de mayo de 2009

Entierro musical

En los días de vino y rosas tomábamos paradójicamente cervezas en un bar en el que recuerdo haber hecho un día una lista de las cinco canciones que nos gustaría que sonaran en nuestro entierro.

Hoy la que ha dejado que su espíritu vuele a otro lares es esa barra testigo de momentos irrepetibles de ebriedad (en el más amplio sentido posible).

Por ese motivo, ahí van sus cinco. ¡Salud!


















miércoles, 20 de mayo de 2009

Otra respuesta al mismo problema

Los genios tienen la capacidad de ofrecer nuevas soluciones brillantes a problemas que los ciudadanos corrientes y molientes no podemos resolver con tanto ingenio. A la cinematográfica propuesta para el problema italiano que formulé hace poco aquí Umberto Eco ha añadido otra mucho más literaria.

Madrid. (EFE).- El escritor y semiólogo italiano Umberto Eco, que hoy recoge en Madrid la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes, ha afirmado que a Berlusconi no le regalaría ningún libro porque "él mismo ha dicho que no lee desde hace veinte años", pero, "vistas sus últimas noticias, sí le regalaría 'Lolita'", de Nabokov.

La Vanguardia, 19 / 05 / 2009


Aunque teniendo en cuenta el par de décadas que lleva el mencionado caballero sin abrir un libro, mejor sería regalarle la película de Kubrick en DVD o, para una mayor salivación del caduco latin lover, organizarle un "meet & greet" con aquella Alizee de hace unos años.






martes, 19 de mayo de 2009

Primaria



PRIMARIA
(Cuento inverosímilmente atroz y atrozmente inverosímil)

Era jueves por la tarde. Llovía. Tenía los zapatos mojados y la clase olía a colonia Nenuco, a pis, a caca y al vómito de Papillitas, como llamaba la profe a un chico con el estómago inestable cual isótopo radiactivo.


Me sentía triste y deseaba estar solo, y siempre que deseaba soledad me escondía en el rincón que existía entre los armarios y una pared. Estaba pensando en la pena que sentiría al saber que la abuelita se había muerto después de la terrible enfermedad que la estaba consumiendo, cuando de repente sentí una cálida sensación de humedad.

Pensé que eran lágrimas, mas erré. Era un chorrito de pis con que Tinito desahogaba su vejiga inadvertidamente —que no desapercibidamente, pues llevaba un poquito de serrín en las manitas para tapar el charquito—. Y el muy ladino me tiró el serrín sobre el pelo, justo donde habían caído sus líquidos sobrantes.

Entonces llegó corriendo la señorita y le dijo, muy seria y atropelladamente, que su actitud indolente y antisocial sería advertida a sus padres por ella misma, así como que se le retiraba la estrellita amarilla sonriente que había recibido como émulo de condecoración militar por haber derrotado al gigantesco niño de la clase de al lado con la sola ayuda de una bola de plastilina naranja.

A mí me dijo que había tenido bien merecido que me hicieran pipí encima, porque se me notaba a la legua que era un niño taciturno y sentimental, y que cosas como aquella me curtirían para la vida, ya que aún era muy pequeño para llenarme las manos de callos maduradores y en nuestro país no existía por aquel entonces ninguna guerra durante la que cubrirse las manos de la sangre ajena que me haría convertirme en un hombre.

Era muy listo de pequeñito, pero no tanto, así que no entendí nada y estaba asustado y extrañado, como si estuviera viendo aquellas películas de dibujos animados para aprender matemáticas que nos ponían por las tardes: la profesora debería haberme consolado en lugar de hacerme sentir culpable, o al menos eso creía yo. No tenía la experiencia que tengo ahora, tesoro inútil como diamantes en el desierto, y no reconocí la bilis en el hedor que manaba de su boca.

Mi actitud huraña había sido la gota que colmaba el orinal en que se había convertido la pobre señorita; ya no cabían más excrementos ajenos en su vida, todos la usaban de vertedero de sus miserias y ella no sabía defenderse; más bien al contrario: animaba a los demás a pisotearla con saña, sin duda porque creía que en eso consistía la bondad. Explotó y cubrió nuestros pequeños cuerpecillos con todo el protoabono que fermentaba dentro de sí.

Aunque lo peor fue la menos metafórica sangre que, mezclada con su hartazgo, decoró la clase. Aquella fue la única vez que tuvo razón en su vida: tal como había predicho, la sangre ajena nos hizo crecer; desde aquel día todos fuimos mayores, tan mayores que fuimos viejos, tan viejos que fuimos tristes. En mi caso, sólo un poquito más.

viernes, 8 de mayo de 2009

Verde que te quiero verde

Es muy mala señal que a un político se lo conozca más por sus charlotadas (frecuentes en esa profesión, me temo) que por sus iniciativas o ideas.

Si hay un individuo que se lleva la palma en este sentido es un conocido político italiano, quien además de sus patéticas canciones, sus lamentables operaciones de cirugía estética y sus continuas salidas de tono, últimamente aparece en los medios de comunicación constantemente por sus líos de faldas dando un perfil asombroso de viejo verde.

Esta noche lo he soñado, y creo que sería la solución: en el cine español llevamos años necesitando un actor divertido y fresco que interprete a personajes perseguidores babeantes de mujeres esculturales. Quién mejor que el hombre de rostro bronceado y aire de latin lover caduco. Ganaríamos todos: Italia se libraría de él, España relanzaría su cine en crisis, y el ínclito mandatario podría hacer día y noche lo que más desea, sin temor a que su mujer se enfade con él ("cariño, es que es mi trabajo...")




jueves, 7 de mayo de 2009

Era, era...

Aquel profesor de Filosofía era realmente extraño. Para explicar a Heráclito siempre nos decía "Era, era, era... Heráclito". Sí, aquel viejo cuento del río que pasa y nunca es el mismo, el eterno cambio y el eterno movimiento.

La verdad es que actualmente no me interesa demasiado la filosofía presocrática, pero ese pretérito imperfecto se acaba de convertir en una puerta abierta al recuerdo.

Era adolescente, era autodestructivo, era inquieto, era desgraciado.
Inevitable comparación con el "soy", con ese conjunto de prejuicios sobre uno mismo que forman una imagen tan errónea como la que se figura cualquier desconocido con quien nos cruzamos por la calle.
Soy más viejo, soy más equilibrado, soy más calmado.
¡Y un huevo! Tras esa silueta engañosa trazada con un pedazo de tiza sobre el asfalto minutos antes de una tormenta, surge el "estoy", el estado fugaz que llena el instante justo después del ayer y justo antes del mañana. Y ese estar cambia cada segundo, es inasible, se escapa entre los dedos como el agua del torrente.
Me miro en el espejo y me descubro hecho de agua que se va, lleno de peces que hablan francés, de algas que piensan algo, de cangrejos que nunca retroceden y de piedras que ruedan, ruedan, ruedan...
Entonces, de repente, dejo de contemplar mi reflejo porque ya no me interesa el segundo concreto en que la vista capte mi fluir. Me limitaré a correr corriente abajo y alzaré la vista hacia la fuente primigenia solamente los domingos por la tarde cuando no tenga nada mejor que hacer.

martes, 5 de mayo de 2009

Las cuentas claras



"... más de medio millón de espectadores ya han ido a ver Fuga de cerebros. 199.999 y Martín Vázquez."

El comentarista de Territorio Champions de Antena 3 (en una de esas penosas autopromociones en mitad de los partidos)



domingo, 3 de mayo de 2009

Barra espaciadora



Como en un juego de ordenador de los primeros años 90, caminamos de lado por la vida en una sucesión de pantallas en las cuales tenemos que presionar la barra espaciadora cada vez que tropezamos con un obstáculo. Jump (J) = Space Bar.

Los primeros niveles suelen ser fáciles, pero cuando se acerca el final de la segunda pantalla los saltos entre plataforma y plataforma comienzan a ser más dificultosos. Entonces en ocasiones llega el vértigo y dan ganas de pulsar Pause.